En el medio de la selva mexicana, "Las Pozas" es un enclave de difícil acceso por un largo camino sin pavimentar, escasamente señalizado, que esconde una de las joyas artísticas más desconocidas del país: un jardín escultórico producto de la imaginación sin límites del excéntrico coleccionista de arte británico Edward James.
"Don Edward quería desconcertar, como una broma a otra civilización del futuro", explica el guía del lugar Carlos Barbosa.
Y eso es lo que hace "Las Pozas", una suerte de alucinación surrealista de 40 hectáreas donde conviven esculturas de cemento y joyas arquitectónicas imposibles con cascadas, piscinas naturales y plantas exóticas a unos 420 kilómetros al noroeste de la Ciudad de México.
La ferocidad de la selva en esta colina de la Sierra Madre Oriental ha ido destruyendo muchas de las estructuras del jardín, pero eso nunca incomodó a James, quien disfrutaba pensando que en un futuro unos arqueólogos descubrirían esta especie de ciudad perdida y se preguntarían qué clase de civilización la habría construido, según el guía Barbosa.
James heredó una fortuna de su padre y la usó para ser mecenas de grandes figuras del surrealismo como Salvador Dalí, Leonora Carrington o Remedios Baro. Fascinado con México, llegó a este paraje natural del estado de San Luis Potosí a mediados de los años 40 y decidió comprar un terreno para crear en él un jardín privado, al que le dedicó 20 años de su vida.
El jardín quedó a medio construir por la muerte de su creador hace 30 años, pero de todos modos es una obra imponente, con un aire misterioso que aumenta con el paso del tiempo.
El proyecto original, curiosamente, no tenía nada que ver con el rumbo que tomó la iniciativa.
James cultivó durante años miles de orquídeas, pero en 1962 una gran helada sin precedentes acabó con ellas, cambiando para siempre el destino de este recóndito lugar, según explica en una entrevista con la Associated Press la subdirectora del parque Zaira Liñán.
El coleccionista de arte y poeta ordenó entonces a sus trabajadores que construyeran flores de cemento para evitar que otra helada volviera a acabar con ellas.
La imaginación de James fue echando vuelo y empezó a pedir esculturas cada vez más complejas, muchas veces inspiradas en las corrientes artísticas que iba conociendo en sus múltiples viajes y que plasmaba en bocetos que enviaba por medio de postales.
Recorrer los laberínticos caminos comidos por la selva del parque escultórico se torna una aventura inesperada y, cuando parece que no queda nada más por ver, una pequeña casa de piedra de aspecto prehispánico da paso a una plaza en la que florece imponente una gigantesca flor de concreto.
Con la ayuda de los guías se puede acceder a los rincones más recónditos del parque, como el lugar al que James solía ir a "morirse", según su propia definición: una cama de concreto en forma de hoja dentro de la cual se adivina la silueta del británico, quien decía que allí meditaba y se preparaba para la muerte, de acuerdo con el guía Barbosa.
La entrada al parque cuesta el equivalente a poco menos de cuatro dólares. Unas 75.000 personas visitan el lugar anualmente. No es un viaje que se pueda hacer en el día. Hay que quedarse en alguno de los hoteles que hay en Xilitla o en otro más cerca del jardín llamado Posada James.
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de preservación, todavía son muchos los que desconocen que México alberga esta joya del surrealismo 30 años después de haberse finalizado.
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