La
adicción al trabajo se define como la implicación excesiva y progresiva de la
persona en su actividad laboral, sin control ni límite, y abandono de
actividades que antes realizaba. Este exceso de implicación no se explica por
necesidades laborales objetivas, sino por necesidad psicológica de la persona
afectada. Comprende a aquellos trabajadores que, de forma gradual, pierden
estabilidad emocional y se convierten en adictos al control y al poder, en un
intento por lograr el éxito. Es una de las adicciones comportamentales más
aceptadas y justificadas socialmente y el laboradicto
tiende a negar su problema. Generalmente son personas perfeccionistas.
En
estas personas el trabajo constituye el centro de su vida y su refugio, quedando
todo lo demás, incluida la familia, el ocio y la vida social, en un segundo
plano. Resulta habitual que lleven trabajo a casa para acabarlo por la noche o
los fines de semana y pueden mostrar algo parecido a un síndrome de abstinencia
durante las vacaciones. Son personas insatisfechas o irritables cuando están
fuera del trabajo.
Existen
tres tipos de workaholic:
Complacientes: se caracterizan por ser menos ambiciosos y más
sociables que los otros adictos. Para ellos la aprobación del jefe y de los
compañeros de trabajo es de gran importancia. Se callan sus problemas y tienen
más posibilidades de caer en una depresión.
Controladores: son independientes y ambiciosos, y odian perder el
control. Cuando descienden en su rendimiento laboral, se vuelven ansiosos e
irritables.
Narcisista controlador: su personalidad está desequilibrada y, en
situaciones de tensión, puede llegar a la despersonalización (sensación de no
ser uno mismo, de no conocerse a sí mismo) y a la desrealización (sensación de
estar fuera de la realidad, de ver y experimentar lo circundante como un
sueño). Son egocéntricos.
Hemos
sido programados, desde niños, para pensar que aquel que más trabaja, más
posibilidades tiene de triunfar. La productividad
no tiene nada que ver con el esfuerzo físico, sino con el esfuerzo mental, y
este último no se puede medir bajo parámetros tradicionales de horas o sudor.
Nada
más incorrecto que evaluar la satisfacción
de un ser humano a partir de las horas dedicadas al trabajo. ¿Dónde queda la
dedicación de tiempo y esfuerzo en su territorio de vida personal? ¿Cuánto
tiempo dedicas a evaluar y mejorar tu estado emocional, a evaluar y fortalecer
tus relaciones familiares, a potenciar tu estado espiritual y también el
intelectual? Nos esforzamos en superarnos en muchas capacidades laborales, pero
no en la capacidad para disfrutar nuestra vida.
Actualmente
vivimos una adicción al trabajo, a eso que llaman workaholism. Muchos jefes se jactan de éste y otros lo promueven,
lo premian y lo incentivan entre sus colaboradores. Esto se debe a que hemos
pensado de manera incorrecta alrededor de la eficiencia y la productividad, y
como no conocemos otro esquema, es más fácil perseguir el camino ya conocido.
Sin embargo, el workaholism desgasta física, emocional y familiarmente, y no
garantiza el éxito profesional.
Esforzarte
físicamente por más horas no te hace más eficiente y productivo, que el
esfuerzo mental es muchas veces más poderoso que el físico. El esfuerzo mental
lo puedes aprovechar hasta tus 80 o 90 años; el esfuerzo físico sólo hasta los
60 o 65.
El
esfuerzo mental permite enfocarte también en tu familia, en tus emociones, en
ti mismo; mientras que el esfuerzo físico enfocado sólo a tu trabajo te lo
impedirá. Resultaría importante premiar por resultados no tanto por esfuerzos.
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