viernes, 12 de septiembre de 2014

Adicción al Trabajo Workaholic

La adicción al trabajo se define como la implicación excesiva y progresiva de la persona en su actividad laboral, sin control ni límite, y abandono de actividades que antes realizaba. Este exceso de implicación no se explica por necesidades laborales objetivas, sino por necesidad psicológica de la persona afectada. Comprende a aquellos trabajadores que, de forma gradual, pierden estabilidad emocional y se convierten en adictos al control y al poder, en un intento por lograr el éxito. Es una de las adicciones comportamentales más aceptadas y justificadas socialmente y el laboradicto tiende a negar su problema. Generalmente son personas perfeccionistas.

En estas personas el trabajo constituye el centro de su vida y su refugio, quedando todo lo demás, incluida la familia, el ocio y la vida social, en un segundo plano. Resulta habitual que lleven trabajo a casa para acabarlo por la noche o los fines de semana y pueden mostrar algo parecido a un síndrome de abstinencia durante las vacaciones. Son personas insatisfechas o irritables cuando están fuera del trabajo.

Existen tres tipos de workaholic:

Complacientes: se caracterizan por ser menos ambiciosos y más sociables que los otros adictos. Para ellos la aprobación del jefe y de los compañeros de trabajo es de gran importancia. Se callan sus problemas y tienen más posibilidades de caer en una depresión.

Controladores: son independientes y ambiciosos, y odian perder el control. Cuando descienden en su rendimiento laboral, se vuelven ansiosos e irritables.

Narcisista controlador: su personalidad está desequilibrada y, en situaciones de tensión, puede llegar a la despersonalización (sensación de no ser uno mismo, de no conocerse a sí mismo) y a la desrealización (sensación de estar fuera de la realidad, de ver y experimentar lo circundante como un sueño). Son egocéntricos.

Hemos sido programados, desde niños, para pensar que aquel que más trabaja, más posibilidades tiene de triunfar. La productividad no tiene nada que ver con el esfuerzo físico, sino con el esfuerzo mental, y este último no se puede medir bajo parámetros tradicionales de horas o sudor.


Nada más incorrecto que evaluar la satisfacción de un ser humano a partir de las horas dedicadas al trabajo. ¿Dónde queda la dedicación de tiempo y esfuerzo en su territorio de vida personal? ¿Cuánto tiempo dedicas a evaluar y mejorar tu estado emocional, a evaluar y fortalecer tus relaciones familiares, a potenciar tu estado espiritual y también el intelectual? Nos esforzamos en superarnos en muchas capacidades laborales, pero no en la capacidad para disfrutar nuestra vida.

Actualmente vivimos una adicción al trabajo, a eso que llaman workaholism. Muchos jefes se jactan de éste y otros lo promueven, lo premian y lo incentivan entre sus colaboradores. Esto se debe a que hemos pensado de manera incorrecta alrededor de la eficiencia y la productividad, y como no conocemos otro esquema, es más fácil perseguir el camino ya conocido. Sin embargo, el workaholism desgasta física, emocional y familiarmente, y no garantiza el éxito profesional.

Esforzarte físicamente por más horas no te hace más eficiente y productivo, que el esfuerzo mental es muchas veces más poderoso que el físico. El esfuerzo mental lo puedes aprovechar hasta tus 80 o 90 años; el esfuerzo físico sólo hasta los 60 o 65.


El esfuerzo mental permite enfocarte también en tu familia, en tus emociones, en ti mismo; mientras que el esfuerzo físico enfocado sólo a tu trabajo te lo impedirá. Resultaría importante premiar por resultados no tanto por esfuerzos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario