Para nadie es un secreto que la tecnología brinda un mundo de
posibilidades que se hace realidad según cada individuo, claro, no nos da más
inteligencia ni una fórmula pasa saber que nuestro libre albedrío puede ser un
arma de doble filo
La tecnología
llegó a mí y no yo a ella; lo creo así, pues no si miro en retrospectiva, jamás
la busqué. ¡Vamos, ni siquiera me interesaba! Casualmente, mi vida profesional
se desarrolló en ese ramo en la parte empresarial (B2B). Hablar de servidores,
bits y bytes se convirtió en el día a día
.
Sin ser fan de
ella y cuando apenas tenía mi segundo o tercer celular, no tenía la más mínima
idea de en lo que estaba metido; tampoco pensé en volverme un gadgetero o un
geek. Por suerte, no fue así. Tampoco pensé dedicarme a ello, y menos aún en el
ámbito de la escritura, lo que sucedió, y no por suerte, por gusto.
Tras cientos
de comunicados, entender el mundo de las TI, crear contenidos, dominar términos
y escribir sobre éstos descubrí mi gusto no por el hardware ni el software,
descubrí mi gusto por la revolución tecnológica que sucedió mientras pensábamos
que la mayor innovación era un teléfono sin cable.
El chip del
apartado es lo de menos, el chip en las personas es lo de más. Dado mi conocimiento
del tema, Mis inicios como emprendedora, y tras varios estudios del tema.
Surgió del interés por analizar las consecuencias sociales, políticas y económicas
de este fenómeno: la era digital.
A lo largo de
este tiempo he intentado ser una mente objetiva, una mediadora entre lo que la
tecnología nos quita y nos da como bien lo dijo el discípulo de Marshall
McLuhan, Niel Postman, apelar al sentido común para usar la tecnología de una
forma inteligente y a nuestro favor, acompañar a los románticos a aceptar que
la vida cambió desde que se pronunció la palabra digital y en aceptar que nada
volverá a ser igual, observar cómo las relaciones están mediadas por la
tecnología, y eso trae ventajas, pero también desventajas, reflexionar sobre el
lugar que le damos a la tecnología es nuestras vidas: ¿La tecnología forma
parte de nuestra vida? O ¿nuestra vida es parte de la tecnología?
Un mundo dual
La tecnología es un
mundo de posibilidades que se hace realidad según cada individuo: puede ser
capitalizada por una empresa trasnacional o por una organización de
prostitución, puede ser una herramienta de socialización y colaboración o una
herramienta para ligar, puede ser la vía para el secuestro o una vía para
evitarlo, puede ser el medio masivo que nos permite alzar la voz sin poder
alguno de detener un mensaje que trasciende en segundos a todo el mundo.
Sus avances a pasos
agigantados generan miles de empleos, producen conocimiento e innovación en las
empresas, modernizan los gobiernos, trasforman la educación y revolucionan la
salud, y en un futuro no muy lejano pueden marcar la diferencia al llevar
educación a quien no tiene acceso a ésta, a descubrir la cura del cáncer y a
ser un mundo conectado equitativamente. “Toda la tecnología tiende a crear un
nuevo entorno humano… los entornos tecnológicos no son meramente pasivos
recipientes de personas: son procesos activos que reconfiguran a las personas y
otras tecnologías similares”, predijo McLuhan.
¿Qué entorno estamos creando?
La tecnología no nos
da más inteligencia ni una fórmula para saber que nuestro libre albedrío puede
ser un arma de doble filo. No importa si eres un usuario de Internet activo o
pasivo: su dualidad ha representado para todos una disyuntiva, por mínima que
sea, una comparación casi inconsciente del pasado y el futuro, una ventana de
posibilidades para crear o no, una tentación constante para explorar las
profundidades de la red.
La revolución
tecnológica tiene como premisa generar conocimiento como modo de producción.
Somos agentes de cambio, decía Steve Jobs, y el mundo tecnológico es la
posibilidad para lograrlo, siempre y cuando se capitalice de una forma
inteligente, para romper las fronteras de un mundo globalizado por
denominación, mas no por hechos tangibles que demuestren un cambio sustancial
en el mundo actual.
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